miércoles, 30 de mayo de 2012

Lucidez de dirección y actuación en una obra de hace 105 años

"Los derechos de la salud", de Florencio Sánchez, adaptada y dirigida por Mariana Díaz, llegó a la sala porteña del Celcit para constituirse en un ejemplo de cómo se pone al día un texto escrito hace más de un siglo. Contrariamente a las obras "rurales" del uruguayo -"Barranca abajo", "M`hijo el dotor"-, cuya dramaturgia es difícil de desbrozar de excesos melodramáticos típicos de su tiempo, ésta, ubicada en la clase alta porteña de 1907 luce radiante y con una gran teatralidad. La directora Díaz modifica algunas cosas, aunque no tantas en el grato dispositivo escénico de Fernando Díaz y agrega un relator que con el optimismo científico de su época sitúa sobre la situación sanitaria, pero no altera el habla de los personajes. Sigue usando las formas pronominales y verbales del original, lo que de paso da cierto distanciamiento que conviene, para que se sepa que lo que sucede en escena está allí pero pertenece a un pasado, con sus conflictos de género observado por un ojo libertario de esa época. Allí, la protagonista está enferma de tisis -como se llamaba con aprensión a la tuberculosis- y esa situación la somete a una soledad desesperante, ya que ni su esposo, sus amigas, su mucama y su médico le revelan su gravedad. De algún modo, esa mujer deseosa de afecto que no puede siquiera acariciar a sus hijos y es rechazada cuando intenta besar en la mejilla a sus allegados, es tramada por ellos, deja de contar su historia para que se la cuenten los demás. Eso habla de un concepto de protección psicológica a la mujer que se confunde con un pensar patriarcal asumido incluso por ellas mismas, reducidas a labores hogareñas en los casos de las más humildes o a ser objetos exhibibles entre los señores de alcurnia. Poco a poco la enferma, cuyo marido le oculta que la pareja fue expulsada de un hotel de Cosquín por pedido de otros pasajeros, va perdiendo sus derechos de madre y trascartón los de persona, hasta que una crisis la transforma en una suerte de fantasma que recorre la casona. Hay situaciones paralelas a la suya, que en lo vidrioso de su visión pueden ponerla en peligro, como las componendas de sus allegados con la empleada de la casa y aun la reprimida relación erótica entre su esposo y su propia hermana, antigua rival ante el mismo hombre. La versión "manipulada" de Díaz presenta al espectador una obra despojada de naftalina, tal el naturalismo que le impone la directora y a su lenguaje increíblemente moderno, y tiene en Silvina Katz una protagonista inmejorable. La actriz, que a partir de ahora deberá ser tenida en cuenta en los numerosos premios al teatro que alberga Buenos Aires, ya había dado muestras de su talento en la versión de 2008 de "Las descentradas" y en "Amanda y Eduardo", ambas dirigidas por Adrián Blanco, y "Las neurosis sexuales de nuestros padres", también comandada por Mariana Díaz. Su presencia escénica va en paralelo con una sensibilidad que le permite recorrer varias cuerdas y lograr composiciones muy finas, y en este caso se da el lujo de acompañar la caída de su personaje con recursos sumamente nobles. La acompañan con profesionalismo sus colegas Tian Brass, Eduardo Pavelic, Julieta Bottino, Celeste Monteavaro y Julia Augé, que junto a sus personajes específicos representan a esas espectrales monjas de hospital que dan un tono tan inquietante a la puesta. "Los derechos de la salud (Una versión manipulada)", se representa en la sala del Celcit, Moreno 431, los viernes a las 21.

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