Cinco meses después de la batalla de Tucumán, donde Manuel Belgrano vence al ejército realista de Pío Tristán a pesar de que éstos tenían el doble de efectivos, ambas fuerzas se vuelven a enfrentar en Salta y nuevamente los criollos vencen a los españoles.
Era el 20 de febrero de 1813. Eran momentos cruciales en la lucha por la independencia, por avanzar en el campo de batalla y en el plano de las medidas políticas, pero la lucha estaba atravesada y enturbiada por los enfrentamientos que se daban al interior del criollismo por diferencia de intereses y de proyectos ideológicos.
La lucha, que había comenzado en 1810 y había logrado expulsar al gobierno colonialista e imponer autoridades locales, continuaba en distintos puntos de la región, con Belgrano, con San Martín, con Artigas, con Rondeau, con Díaz Vélez, entre muchos otros combatientes.
Mientras tanto, Buenos Aires se mantenía como epicentro del nuevo poder, y se debatía entre Juntas, Triunviratos, la Asamblea Constituyente y el Directorio.
En ese marco, la batalla de Salta se erige como una nueva victoria que va a ser celebrada entre la tropa y con un repicar de campanas, salvas de artillería y un alboroto ciudadano por las calles porteñas.
Una semana antes del combate, Belgrano y sus fuerzas, que marchaban hacia Salta, juraron obediencia a la Asamblea General Constituyente que se había conformado pocos días atrás, el 31 de enero de ese año, con la expectativa de profundizar la ruptura con la herencia colonial.
En ese momento, juraron también la bandera bicolor, la misma que Belgrano había izado dos años atrás en Rosario comprometiéndose a vencer a los enemigos externos e internos, pero que el gobierno de Buenos Aires, en marzo de 1812, prohibió y mandó a guardar.
"Este será el color de la nueva divisa con que marcharán al combate los defensores de la Patria", volverá a decir Belgrano el 13 de febrero de 1813 en su arenga al ejército, para partir luego hacia Salta donde cumplirán su juramento.
"Diga Ud. a su general que se despedaza mi corazón al ver derramar tanta sangre americana", le dijo Belgrano a un capitán realista que le fue a pedir la capitulación, tras lo cual el jefe criollo aceptó la rendición de las fuerzas españolas que estaban compuestas en su mayoría por solados del Alto Perú.
"Los vencidos salieron de Salta al día siguiente con todos los honores de la guerra jurando no tomar jamás las armas contra las Provincias Unidas y entregando todos sus pertrechos", destaca el historiador Jorge Perrone en Diario de la Historia Argentina.
Los españoles entregaron 10 cañones, 2.188 fusiles, 3 banderas, 200 espadas, pistolas, carabinas, carretas y municiones.
Pero aquella capitulación de los españoles que acepta Belgrano "fue generalmente reprobada por los patriotas en Buenos Aires", relata Bartolomé Mitre en su libro "Manuel Belgrano".
En este sentido, Mitre afirma que "nunca el general Belgrano fue más grande militar ni más inhábil político. En vez de completar el triunfo por una rendición a discreción, y en caso de negativa por un asalto que habría sido coronado por el éxito, abrió un camino de salvación a los enemigos".
No obstante, Mitre afirma, frente a los 481 muertos del ejército de Tristán y los 103 de las fuerzas criollas, que "los anales de la historia argentina no recuerdan un triunfo más completo".
Pero se le criticó a Belgrano su generosidad frente al enemigo y se le reclamaba más energía, con degüellos, con más muertes si era necesario.
¿Qué dice Belgrano ante las acusaciones? En una carta a Chiclana en que se queja de esos comentarios dice: "Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los que más a propósito critican las determinaciones de los jefes".
"Por fortuna -continúa- dan conmigo que me rio de todo, y que hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia, y no busco glorias, sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria".
La batalla de Salta se erige como una nueva victoria que va a ser celebrada entre la tropa y con un repicar de campanas, salvas de artillería y un alboroto ciudadano por las calles porteñas
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