martes, 10 de mayo de 2011

Igualdad de expresión y libertad de expresión

En la Argentina, señores de la SIP, hay ‘igualdad de expresión’ o, mejor dicho, luchamos para que haya. Y luchar por ella es más civilizado y democrático que luchar por la libertad de expresión, porque la supera.

Al heredar la Argentina de 1955 a 2002, heredamos un movimiento obrero diezmado y contaminado por el neoliberalismo, una clase media atrasada política y culturalmente, cuadros políticos y técnicos reaccionarios que todo lo colmaban, un aparato productivo aniquilado y un Estado reducido a su mínima expresión. Pero también heredamos la superestructura cultural del neoliberalismo, superestructura que regía desde la historia y la estética hasta el lenguaje, las palabras, conceptos y parámetros, por supuesto elaborados y ungidos a imagen y semejanza de una Argentina satélite y semicolonial. Pues bien, es hora de un nuevo lenguaje, nuevas expresiones, conceptos y parámetros acordes al despertar nacional. ¿Qué federalismo precisamos o nos conviene: el de Urquiza y Ramírez (traidores de Pavón y de Artigas) esgrimido por la Mesa de Enlace o el federalismo de Artigas, Dorrego, Perón y el del revolucionario Fondo Solidario de la Soja? ¿Hasta cuándo hablar de empleo “en negro” para referirnos al trabajo informal? ¿Hasta cuándo hablar y preocuparnos del “riesgo país”? ¿Para cuándo un “riesgo colonia” que en base a cálculos matemáticos refleje fielmente en sus resultados la debacle de 1976-2003 y la refundación entre 2003-2011? ¿Hasta cuándo hablar de “intervencionismo” cada vez que el Estado se hace cargo de alguna empresa o sector estratégico y no calificar de “intervencionista” al mercado? ¿Para cuándo el Coeficiente Gini como parámetro excluyente de medición del desarrollo y del progreso social, tal como la presidenta de la nación viene pregonando? ¿No es tiempo de desechar definitivamente el empleo de “gasto social” remplazándolo por el de “inversión social”, como la misma primera mandataria tampoco se cansa de señalar? ¿Cómo se explica que una moneda se aprecie (aumente su valor) cuando se acerca al nefasto 1-1? Y finalmente, y yendo al propósito de esta breve columna, el concepto de “libertad de prensa”.
Debatir con la SIP sin plantear y definir el debate desde nuestro propio lenguaje, palabras, parámetros y conceptos es además de inútil un error político. Revolucionar a la SIP o pretender ganarla a favor de la Ley de Medios es una locura, tal como señaló por estos días el jefe de Gabinete Aníbal Fernández. Ahorremos esfuerzos y libremos la batalla cultural a fondo. La SIP está incapacitada para comprender que lo que aquí viene ocurriendo, ya ocurrió en varios países del primer mundo. Podríamos recomendarles el majestuoso libro de James Curran y Jean Seaton Power Without Responsibility: The Press and Broadcasting in Britain (1985), donde se relatan los frenos judiciales, las argucias y maquinaciones de la prensa reaccionaria ante el surgimiento de una prensa favorable a los intereses de las clases trabajadoras y las capas medias de la población inglesa durante la primera mitad del siglo XIX. Sucedía entonces que nuevas clases emergían como resultado de la revolución industrial, social y productiva por la que atravesaba la nación europea. Curran y Seaton concluyen que tales esfuerzos coercitivos recién lograron obstaculizar el normal desenvolvimiento de la prensa alternativa cuando abandonaron las primeras estratagemas para avanzar con la idea de que el sector debía quedar librado a las fuerzas del mercado. En pocas palabras: “libertad de expresión”.
La expansión del libremercado llevó a la industrialización de la prensa y al disparo exponencial de sus costos (papel, maquinaria y tecnología). El resultado fue una prensa libre que ahogaba el surgimiento de una prensa alternativa. No había “igualdad de prensa”. Para cuando el Partido Laborista consiguió desarrollar-politizar al movimiento obrero en la primera década del siglo XX, ningún diario de gran envergadura lo apoyó en su gesta. En fin, en esta Argentina en tránsito hacia su despertar y verdadera evolución social, política, cultural e industrial, la mejor respuesta que el pueblo argentino puede dar a la SIP no pasa por afirmar y reafirmar la existencia (irrefutable por otro lado) de “libertad de expresión” en el país.
En la Argentina, señores de la SIP, hay “igualdad de expresión” o, mejor dicho, luchamos para que haya. Y luchar por ella es notablemente más civilizado, avanzado, moderno y democrático que luchar por la libertad de expresión, porque no sólo la lleva implícita sino que además la supera. Luchar por ella es colocar al Estado como actor protagónico en el sector, sea de la forma que sea. Se entiende así la visita de la SIP. Se entiende también la feliz seguidilla de visitantes “nóbeles”: primero el literato peruano que comparó al gobierno nacional con la inquisición; y luego el economista que afirmó “el Estado no es un buen socio para las empresas”. En la Argentina heredada por casi medio siglo de reacción, los medios de comunicación representan los intereses de las tradicionales e históricas clases dominantes. Y la llave maestra para terminar con el monopolio comunicacional tiene un objetivo, una consigna y una bandera: “igualdad de expresión”.




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